La percepción del tiempo es algo exclusivo del hombre. "Sólo el ser humano es capaz de medir el movimiento según el antes y el después. Los animales viven en un puro presente. El perro no dice 'pasado mañana quiero ir a la montaña', lo único que experimenta es el deseo inmediato de comer, de dormir, de jugar", destaca Ortiz de Landázuri. Esta capacidad única del ser humano "está relacionada con el desarrollo, por un lado, de los sistemas de memoria retrospectiva que permiten almacenar lo sucedido en una secuencia ordenada y generar la línea temporal de nuestro pasado, y por otro lado, de los sistemas de memoria prospectiva, que permiten anticipar y predecir lo que va a suceder, lo que va a ser nuestro futuro más probable", indica Mónica Triviño, Neuropsicóloga del Hospital Universitario San Rafael. O.H. San Juan de Dios. Granada, que "si tuviera que elegir una estructura cerebral clave relacionada con el tiempo sería el cerebelo. Es una parte muy antigua, situada en la parte posterior y crucial a la hora de generar ese reloj interno que parece que todos tenemos y que nos permite, por ejemplo, estimar el paso del tiempo sin necesidad de relojes y sin ningún referente ambiental (luz del sol)".
Esta neuropsicóloga se centra en el concepto de la orientación temporal, que hace referencia a "cómo utilizamos la información temporal que el entorno nos proporciona para prepararnos y responder en el momento óptimo". Por ejemplo, cuando un futbolista va a tirar un penalti, marcará si engaña al portero con la dirección del balón pero también con el momento en el que va a chutar. De ahí que muchas veces el portero se quede inmóvil, porque esperaba el balón después o se lance al césped antes de tiempo.
Otro ejemplo clásico es el de los niños, que miden el tiempo de forma distinta a los adultos. "No sólo no saben estimar lo que es, pongamos, media hora, sino que además no pueden mantener la atención y su reloj se acelera... por lo que en un viaje en coche cada cinco minutos tendremos asegurada la pregunta '¿cuánto queda?', afirma Triviño.
"Cuando somos niños nuestra percepción del tiempo es diferente a cuando somos adultos y la razón principal es porque los niños tienen nuevas experiencias y aprenden cosas novedosas a diario, mientras que los adultos caemos más en la monotonía", añade Laura Rojas Marcos, que señala que según varios estudios, "los niños empiezan a comprender y a ser conscientes del tiempo sobre los tres-cuatro años".
Isabel F, Lantigua, in El Mundo, 17/07/2016
terça-feira, 13 de março de 2018
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