Reloj de arena.
¿Qué importa, oh Tiempo tirano,
aquel calabozo estrecho
que de vidrio te hemos hecho
para tenerte en la mano,
si el detenerte es en vano,
y siempre de ti está ajena,
cuando más piensa que llena
nuestra vida, a cuya voz
huyes cual tiempo veloz,
y sordo, como en arena?
De campana.
¿Qué importan, porque te estés,
tantas ruedas diferentes,
si, gastándote en sus dientes,
vas más ligero después?
¿Qué importa calzar tus pies
de plomo, en pesos, si habitas
el viento y te precipitas
con la pesadumbre más,
y a veces de metal das
lo que callando nos quitas?
De sol.
¡Con qué mano liberal,
si bien de hierro pesado,
las horas que nos bas dado
contando vas puntual!
El camino puntual
del desengaño más fuerte
señalas: y porque acierte
la vida ciega que pasa,
con sol le muestras su casa
por las sombras de la muerte.
De aguja y cuerda.
En engaste de marfil
tu retrato, ¡oh tiempo ingrato!
me sueles dar, si retrato
hay de cosa tan sutil;
una aguja en su viril,
él claro, ella inquïeta;
así es tu imagen perfeta,
y la de mi vida amada,
una hebra delicada,
a tus mudanzas sujeta.
Por el canto de las aves y animales.
Si escucho la voz del gallo
o al torpe animal consulto,
por su agreste canto inculto
en ninguno el tiempo hallo.
Mas si por mucho que callo
sólo señal conocida
escucho de su partida,
¿qué reloj de más concierto
[que no tener tiempo cierto]
para gobernar la vida?
De cuartos.
Vida miserable en quien
nunca de ti estamos hartos;
¿por qué por puntos y cuartos
quieres, tiempo, que te den?
Pero medirte así es bien,
pues ya la experiencia enseña
(o vela la vida, o sueña)
que no con mayor medida
se dividirá una vida
tan invisible y pequeña.
De agua.
¡Cuántos la industria ha buscado
ya, para medirte, modos!;
pero en vano, oh Tiempo, todos
los que sutil ha enseñado;
pues mano apenas te ha echado
cuando ya tu pie no alcanza;
medida ha hecho y balanza
del agua misma, y no dudo
que si medirte no pudo
podrá verte en su mudanza.
Para el pecho.
Tal vez en paredes de oro
te vi encerrado, y allí
armado también te vi
contra el pecho en quien te honoro.
Siempre eres, tiempo, tesoro;
pero, dime, ¿qué aprovecha
encerrarte en caja estrecha
y envolverte en oro, pues
huyes, tiempo, y, parto, ves,
huyendo, alcanzar tu flecha?
Por las estrellas.
Si quiero por las estrellas
saber, tiempo dónde estás,
miro que con ellas vas
pero no vuelves con ellas.
¿Adónde imprimes tus huellas
que con tu curso no doy?
Mas, ay, qué engañado estoy,
que vuelas, corres y ruedas;
tú eres, tiempo, el que te quedas,
y yo soy el que me voy.
Luis de Góngora (1561 - 1627), poeta espanhol
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