Como el cuadrante solar
Junto a la orilla del mar,
entre un rosal y un jazmín,
a la entrada del hogar
se alza un cuadrante solar
en el florido jardín.
Allí, orlado de azucenas,
de claveles y verbenas,
se yergue frente a la playa,
y como extraño atalaya
marca las horas serenas.
Misterioso vigilante
de la inmensa eternidad,
en su augusta soledad
nunca señaló el cuadrante
las horas de tempestad.
Descansa en la noche obscura,
despierta al nacer el día,
vive mirando a la altura,
y es un reloj de alegría,
de cielo azul, de ventura.
Y es el cuadrante solar
alma sin sombras ni duelo,
que, ajena a todo pesar,
vive reflejando un cielo
junto al espejo del mar.
Sintiendo envidia punzante
de aquella dicha sin fin,
en un Abril deslumbrante
me detuve ante el cuadrante
que se yergue en el jardín.
Y con gran tristeza mía,
al hollar la verde alfombra,
vi al cuadrante en pleno día
marcar la luz, la alegría,
¡con una raya de sombra!
Que el mundo es goce y pesar,
lucha entre Arimán y Ormuz,
y, de la vida en el mar,
¡hasta el alma toda luz
es un cuadrante solar!...
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