A las cenizas de un amante puestas en un reloj
Ostentas, ¡oh felice!, en tus cenizas
el afecto inmortal del alma interno;
que como es del amor el curso eterno,
los días a tus ansias eternizas.
Muerto, del tiempo el orden tiranizas,
pues mides, derogando su gobierno,
las horas al dolor del pecho tierno,
los minutos al bien que inmortalizas.
¡Oh milagro! ¡Oh portento peregrino!,
que de lo natural los estatutos
rompes con eternar su movimiento.
Tú mismo constituyes tu destino,
pues por días, por horas, por minutos,
eternizas tu propio sentimiento.
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