En el barroco, la obsesión por el tiempo que se va, es realmente algo vital. Los historiadores del arte han estudiado que en el siglo XVII, y relacionado con el tema del retrato, aparece un objeto que se convierte en cotidiano: el reloj, que adquiere un rango casi de fetiche, y es el que más significados puede tener en los libros de emblemática. Sebastián de Covarrubias decía que el reloj se identifica con el hombre de palabra que nunca muere. Cristóbal Pérez de Herrera definía al reloj como el símbolo del morir a cada instante. El reloj recibe en el XVII la vieja tradición renacentista del dios Saturno, dios del tiempo que lleva la guadaña y porta un reloj de arena. En la enciclopedia emblemática de Picinelli se recoge el simbolismo del reloj, como un objeto móvil y de vidrio. El vidrio significaría la fragilidad y lo inestable, lo caduco y frágil de la hermosura. El objeto móvil es la arena y los minutos: la vida huye lo mismo que anda el reloj o cae la arena de un recipiente a otro. Para Bances Candamo con el reloj se hace el tiempo “viviente y visible”, de ahí que el hombre barroco tuviese esa obsesión por el tiempo y ese afán por medirlo. El reloj, su símbolo, es el modo de someter el tiempo al dominio del hombre. El hombre, llevado por la necesidad de controlar y medir el tiempo inventa el reloj de bolsillo y otros artilugios para medir el tiempo.
José Ignacio Ortega Cervigón
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