Un pensamiento sin memoria no es pensamiento. Esta facultad hace presente en nuestro espíritu aquello que está ausente; transforma lo fugaz en algo permanente. Sin embargo, sería un error concebirla como una simple acumulación de hechos pasados. Es también una profundización que despoja al acontecimiento de su individualidad, de todo aquello que le ata al devenir, de lo que había en él de perecedero, para entregárselo al espíritu en su pureza esencial. Tenemos experiencia gracias al recuerdo. Cuando recordamos ciertas cosas que fueron buenas para nosotros en otro tiempo, sufrimos; otras que fueron tristes nos hacen felices al recordarlas. El recuerdo purifica el acontecimiento para conservarlo en su esencia, lo que le hace más atractivo y causa de nostalgia o de remordimiento.
La memoria, pues, es una función del pensamiento; se confunde con él, porque el ser espera siempre ser pensado, desprendido de las particularidades que le oscurecen. Pensar es recordar, decía Platón. Profundidad de esta fórmula que nos muestra que es el inolvidable presente el que hace posible el ejercicio de la memoria, y no a la inversa. La permanencia del presente proviene del ser y no de la memoria.
Hervé Pasqua
quarta-feira, 12 de setembro de 2018
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