El tiempo no es independiente de la eternidad. Una visión puramente temporal de la vida es incompleta. El ser eterno no pertenece, desde luego, a la esencia del tiempo; la eternidad difiere radicalmente del tiempo y lo trasciende. Pero, sin embargo, no vayamos a creer que la eternidad es tan sólo un intemporal abstracto; por el contrario, es un presente muy concreto, y para gozar de él no es necesario renunciar al tiempo. La eternidad nos es dada ahora: somos contemporáneos de lo eterno. Si permanecemos es por participación del eterno presente, del mismo modo que el ser singular no existe más que por participación del acto de existir. Nosotros no somos nuestra propia duración porque no somos nuestro propio ser. Sólo Dios es su eternidad porque El es su ser permanente e inmutable. Es el Padre único, padre sin padre. El hombre es, en primer lugar, hijo. Sólo a la paternidad divina corresponde el nombre de padre. Nace del Eterno. Es necesario pues empeñarse en unir continuamente nuestro presente temporal al presente eterno. Al conquistar la unidad en cada instante, llegaremos a ser eternos, porque lo que es uno, es indivisible e indestructible, y por tanto inmaterial y divino. Señalada con el sello de la eternidad, nuestra actividad se espiritualiza y confiere a la banalidad de lo cotidiano la densidad de lo sagrado.
Hervé Pasqua
sábado, 15 de setembro de 2018
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