Nuestra idea del tiempo nace de la observación del movimiento. La realidad no es simultánea, no es un conjunto estático que podamos explicar como una combinación de leyes que tuviera su sede en un pensamiento intemporal, porque para aplicar las leyes hay que apelar a la experiencia, que es temporal; la intemporalidad del pensamiento, suponiendo que exista, no podría negar la sucesión de lo cambiante. Así, la sucesión no es una realidad dada, sino una realidad que se hace, una sucesión de acontecimientos que no podría desarrollarse sin la conexión entre unos y otros, puesto que no es posible el salto de un instante a otro como si se tratase de dos realidades separadas. Todos tenemos la experiencia de este vínculo necesario que asegura nuestra continuidad. «Los días se van, yo me quedo», dice el poeta. La experiencia del tiempo es ambigua; sin la continuidad, el tiempo sería un perpetuo desvanecimiento de la vida que transcurre en él, y sin el transcurso no tendríamos sentido alguno de nuestra duración.
Hervé Pasqua
quinta-feira, 6 de setembro de 2018
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