El tiempo no existe. El tiempo sólo son las cosas que te pasan, por eso pasa tan deprisa cuando a uno ya no le pasa nada.
Después de Reyes,
un día notarás que la luz dorada de la tarde se demora en la pared de enfrente
y apenas te des cuenta, será primavera.
Ajenos a tí, en
algunos valles, florecerán los cerezos y en la ciudad habrá otros maniquíes en
los escaparates.
Una mañana
radiante camino del trabajo, puede que sientas una pulsión en la sangre cuando
te cruces en la acera con un cuerpo juvenil que estalla por las costuras, y un
atardecer con olor a paja quemada oirás que canta el cuclillo y a las fruterías
habrán llegado las cerezas, las fresas o los melocotones, y sin saber por qué,
ya será verano.
De pronto, te
sorprenderás a tí mismo, rodeado de niños cargando la sombrilla, el flotador y
las sillas plegables en el coche para cumplir con el rito de olvidarte de tu
jefe y de los compañeros de la oficina, pero el gran atasco de regreso a la
ciudad será la señal de que las vacaciones han terminado, y de la playa te
llevarás el recuerdo de un sol que no podrás distinguir del sol del año pasado.
El bronceado
permanecerá un mes en tu piel y una tarde descubrirás que en la pared de
enfrente oscurece antes de hora.
Enseguida
volverán los anuncios de turrones, sonará el primer villancico y será otra vez
Navidad.
La monotonía hace
que los días resbalen sobre la vida a una velocidad increíble sin dejar una
huella.
Los inviernos de
la niñez, los veranos de la adolescencia eran largos e intensos porque cada día
había sensaciones nuevas y con ellas te abrías camino en la vida cuesta arriba
contra el tiempo.
En forma de miedo
o de aventura estrenabas el mundo cada mañana al despertarte.
No existe otro
remedio conocido para que la vida discurra muy despacio sin resbalar sobre la
memoria que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes,
cambios imprevistos en la rutina diaria.
Lo mejor que uno
puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas,
sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y
cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te
someta a una vida anodina.
Que te pasen
cosas distintas, como cuando eras niño.
MANUEL VICENT. Novelista y ensayista español. Este artículo fue publicado en el año 1997 en el diario El País de España.
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