Miraba Fabio en un relox de arena
de la muerta Lucinda las cenizas,
las blancas manos y las trenzas rizas,
olvido triste y afrentosa pena.
Miró la suya en la desdicha ajena,
y dijo: ¿Qué beldad no atemorizas,
ceniza, que inconstante solemnizas
el ser que a su inconstancia te condena?
¡O no escuchado golpe de la muerte!
pues corta siempre con la misma espada
la dulce vida y la amorosa suerte;
que siguiendo conforme su jornada,
cuando la vida en polvo se convierte,
queda el fuego de amor ceniza helada.
FRANCISCO DE BORJA, PRINCIPE DE ESQUILACHE (1581-1658)
Obras em verso (1648)
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