Sabedoras de que no usaba reloj, dos señoras pararon a Quevedo en la calle y le preguntaron la hora. Quevedo, entendiendo que querían burlarse de él, les contestó:
“Eché mano a mi reloj, hallé las pesas colgando,
y el minutero apuntando, señoras, hacia las dos”
Con lo cual, Quevedo vino a decir que eran las dos de la tarde.
Episódio contado no livro "Su majestad escoja, anécdotas divertidas de Madrid", de Carlos Osorio
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