La memoria no engendra el tiempo; el presente no surge del pasado, como tampoco sale de él el futuro; es más exacto decir que son el pasado y el futuro los que entran en el presente. El tiempo no recibe el ser de las partes que lo componen; no es su propio ser: nosotros estamos en el tiempo, no somos por el tiempo. El tiempo es transcurso, y no depende ni de él ni de nosotros que ese paso sea del ser al no ser o del no ser al ser. El tiempo no existe mas que porque es paso al presente; si hubiera un sólo momento en el que nada fuera presente, nunca nada sería; no existiría el tiempo. Hace falta pues un presente necesario que explique este presente contingente, un presente que no sea el tiempo y que sin embargo esté en el corazón del tiempo, como el centro, que se encuentra en toda la circunferencia y en ninguna parte, como dice Pascal.
Hace falta pues vivir en presente. El instante que pasa, dice Boecio, engendra el tiempo; el instante que permanece, la eternidad. Los dos coinciden en un mismo presente. «Yo soy», dice el Eterno, y, por él, nosotros podemos decirlo con él. Desde luego, nunca percibiremos la eternidad sino sucesivamente, pero lo que está ausente para nosotros, seres temporales, está presente para el ser eterno. Hay que recordarlo, y sólo el alma fiel se acuerda. Esta vive en presente, esperando esa presencia total, ausencia de ausencias, donde todo es siempre lo mismo, sin sufrir carencia alguna, y reconoce el sabor de este instante sereno y único que dura sin sucesión: es ya eterna.
Hervé Pasqua
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