El tiempo es connatural a la vida del hombre, y su percepción no necesita ser demostrada. El hombre empieza a percibir su dimensión temporal desde que deja la primera infancia, cuando constata el deterioro de las cosas y se aboca a la propia finitud. Su cuerpo se transforma, los cuerpos de quienes lo rodean envejecen, la muerte se cierne sobre los animales, las plantas, los seres próximos. Cuando el niño ve morir a su perro, a un abuelo, o a sus padres, se le comunica la cruel noticia de que todos hemos de morir, finir, desaparecer del mundo.
Graciela Maturo
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